viernes, 4 de noviembre de 2011

Me gustan los besos.

 Siempre me han gustado. Desde aquel primero que di, en el que no acertaba a dar con su boca (es lo que tienen las pasiones de los 13 años), hasta el último que he dado. Los besos a desconocidos me resultan como poco excitantes. Nunca sabes lo que te puedes encontrar.
Me gustan toda clase de besos. Los besos cariñosos, los de mentira, los de verdad, los que esconden lágrimas, los que esconden risas, los que se dan con los ojos, los que se escapan entre los dedos, los que me han dado en las clavículas, y en la espalda, y en los ojos. Me gustan los besos sonoros, los besos en silencio. Los besos con mi ciudad callada de fondo. Los besos románticos, los apasionados, los que van precedidos de un misterioso bocado. Los besos de mariposas, los besos que te ponen la piel de gallina. Los besos con sabor a chocolate, los fresquitos (después de pasarte el hielo por los labios... porque sabes que me gusta esa sensación de escalofrío). Los besos enlatados con las caricias que nunca me diste. Los besos que consigo guardar en mi cofre cardiovascular. Los besos que me hacen multimillonaria de sensaciones (y sentimientos). Los besos que me das. Los besos que te guardas. Los besos de saludos. Los de despedidas...

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